‘A la fresca‘, por Carlos Jiménez Ramos
Esto es sólo una silla (para ser sinceros, esto son sólo muchas sillas). Una aclaración que tal vez parezca simplista o innecesaria, pero cuando hay tanto que contar como puede hacerse alrededor de una silla, empezar simplificando las cosas es absolutamente necesario.
A la fresca propone el objeto como herramienta y catalizador, no como fin en sí mismo, lo que importa es la actividad para la que se diseña, las actividades encontradas en su proceso, la vocación de accesibilidad y por supuesto su duración efímera.
Que una silla sea accesible parece lo más natural, pero sorprende (o tal vez no) ver que la interminable carrera por llegar a los diseños más exclusivos ha llegado, en demasiados casos, a los resultados más excluyentes, dando lugar al oxímoron “asiento inaccesible”. Que sea ef ímera es, tal vez, más fácil de encontrar en multitud de productos que actualmente pueden transportarse y/o ser desmontados, pero seguimos abusando de materiales más longevos que el propio objeto fabricado, quedando una ruina arqueológica tras cada actividad finalizada.
El objetivo no es otro que el de dotar a Garrovillas de Alconétar, como representante del medio rural extremeño, de asientos para todas esas visitas que reciben los pueblos durante el verano, de forma que puedan formar parte del patrimonio inmaterial de las reuniones entre vecinos en las f rescas noches estivales.
Una actividad que fomenta la interacción intergeneracional, abierta e integradora, que se realiza en contacto directo con el medio, que exige respeto por el mismo para garantizar su continuidad y que, sobre todo, forma parte del tejido social de estas comunidades desde su origen. No es necesario inventar nada nuevo, sólo una silla para preservar estas quedadas a la fresca.
Cada uno de los asientos de la propuesta se fabrica con un tablero de madera de 60 cm de ancho, 120cm de largo y 12 mm de espesor; es decir, cada pieza de material en bruto tiene el ancho aproximado de un adulto (promedio) sin llegar al nivel de la vista, cabe por una puerta doméstica y no pesa más 5kg. Su ensamblaje se realiza a través de la geometría del despiece y bridas plásticas, que se aprietan para coser la estructura y se retiran cuando el objeto deja de ser necesario o útil; todo ello bajo una misma idea: la accesibilidad debe empezar en la producción.
El resultado final se materializa en dos reposabrazos, un respaldo y la liberación de un hueco para las piernas y medios auxiliares, que permite la adaptación a condicionantes motrices; además de un farolillo solar de luz tamizada para facilitar su localización visual sin deslumbrar y recargable gracias al asiento abatible, que permite la exposición a la luz del sol y ayuda al encaje entre sillas cuando éstas se apilan.
Este proceso da lugar a otras formas no buscadas de encuentro, como sucede en la fase de montaje o en la búsqueda de los mejores lugares para detenerse a conversar con amigos y familiares. Un ejercicio de sencillez que mira, por un lado, al diseño anónimo de los propios vecinos, que conservan y reparan sus enseres con modificaciones periódicas y por otro, al referente de artistas como Enzo Mari y su Autoprogettazione.
Así, lo que comienza siendo sólo una silla, termina siendo un taller participativo de carpintería adaptada y una asamblea en la plaza, que preceden a la búsqueda de ese tesoro que son las calles más frescas del pueblo, en una época en la que se superan los 40ºC durante el día y en la que es reparador poder parar a descansar allí donde se baje de 20ºC.
El fin de este objeto es ser utilizado, ya sea como asiento, como lienzo de quien quiera hacerlo suyo o reciclarlo en otro nuevo, como excusa para juntarse a hablar de tan extraño diseño o como testigo mudo, a la espera de nuevos participantes, en todas esas reuniones nocturnas a la fresca.
texto del autor