Un año más el Museo Helga de Alvear de Cáceres continúa apoyando a Filare mediante la organización de actividades de accesibilidad. Así, esta institución realiza en esta edición de 2023 un taller en colaboración con los más mayores.
EL BLANCO QUE VIENE DEL MAR por Miguel Fernández Campón | Mediación del Museo Helga de Alvear
Un museo también puede ser un lugar portátil, un teatro nómada capaz de generar conocimiento más allá de sus instalaciones, capaz de abrir zonas temporalmente autónomas y espacios de experimentación. Por eso, durante una de las tardes del pasado mes de julio, desde el Museo Helga de Alvear quisimos volver a implicarnos en la accesibilidad universal a través de una nueva edición de Filare, con el proyecto-taller ‘El blanco que viene del mar’. La Plaza Mayor de Garrovillas de Alconétar fue el lugar elegido este año para desarrollar una acción que reflexionaba sobre la visibilización de las personas de la tercera edad. Los días previos a la acción, al visitar la Plaza, supimos que existían muchos aspectos en común con el Museo. El principal, además del juego entre la blancura y las tonalidades terrosas de la piedra, una arquitectura, la de Tuñón, carente de ángulos rectos, y que encuentra su eco en las irregularidades estructurales que produjo el terremoto de Lisboa de 1755 sobre la constitución formal de los arcos de la Plaza. Sus columnas torcidas fueron para nosotros estructuras de hueso, de aquello que, cuando envejecemos, guarda, en su deformidad, las huellas de las experiencias vividas. Fue entonces cuando pensamos que aquel acontecimiento geológico en la corteza terrestre no solo dislocó el espacio, sino también el tiempo, desplazando y confundiendo una modernidad propia de grandes capitales, como Lisboa, con un mundo rural extremeño más periférico y desconocido.
Imaginamos, entonces, que el mar llegaba a la plaza de Garrovillas de Alconétar, dejando la sal como huella y como un esqueleto blanco de anacronismo. Y fue entonces cuando nos dimos cuenta de que la sal se cristalizaba en pequeños cubos transparentes, semejantes al Museo Helga de Alvear, y que solo se hacía visible a través de su acumulación. Su blancura visible (su voz) no estaba sujeta a la unidad, sino a la multiplicidad. Un movimiento que desplaza las raíces, un mar que llega a un lugar lejano, una plaza que convierte sus columnas en huesos torcidos de la experiencia, una blancura que debía ser visibilizada… Y una colección de arte contemporáneo capaz de dar inicio a infinitas historias, de acoger la memoria de las mujeres y hombres de Garrovillas para llegar, como la sal, a confundirse con lo otro. ¿En qué consistió, entonces, la acción ‘El blanco que viene del mar’? En la singular arquitectura del Corral de Comedias tuvimos la suerte de poder conocer a las participantes en la acción, en su mayoría mujeres. Al salir a la Plaza, encontramos una montaña de sal que hacía referencia a una obra de la Colección Helga de Alvear, creada por la artista andaluza Carmen Laffón, titulada ‘La sal. Salinas de Bonanza, Sanlúcar de Barrameda’ (2017-2019). También encontramos una escultura de conos de papel azul. Cada participante retiraba un cono donde escribía sus recuerdos sobre la Plaza, para después narrarlos y ponerlos en común entre los asistentes. Enseguida se generaron diálogos donde se mezcló lo personal, lo íntimo, lo familiar y lo colectivo, uniendo a varias generaciones que habían hecho de ese lugar un punto de encuentro y un acontecimiento en sus vidas.
El caudal de vivencias compartidas iba desplegándose ante todos a través de interrupciones espontáneas, risas y recuerdos. ‘Allí donde se halla la sabiduría, no puede haber amargura’, escribió Jung.Fue entonces cuando quisimos crear un símbolo que visibilizara las historias. En la obra de Eva Lootz ‘La arena escribe sola’ (1994), la artista porta un embudo que deja caer arena sobre el suelo, a modo de escritura que, discretamente, nos disuelve, volviéndonos materia. Cada asistente llenó su cono con sal, confeccionando relojes que activaron en el centro de la plaza, semejantes a los relojes de arena. Al caer, la sal emitía un sonido similar a las olas del mar, el sonido de una memoria profunda que vuelve a la luz y a la palabra. La transparencia de la sal, la de las vivencias no escuchadas, se convirtió en la blancura de la memoria. En los tiempos del edadismo y de la exclusión de lo improductivo, pudimos escuchar otras voces que no privilegian lo actual, aquellas que proceden de lugares por explorar, aquellas que, en los márgenes, desarticulan, felizmente, los discursos del progreso. Los relatos y saberes de las personas de la tercera edad irrumpieron en la campana de lo global, como una sal de des-tiempo capaz de curar-cambiar la uniformidad de lo moderno. Poco a poco fueron apareciendo pequeñas montañas de sal que, junto a los relojes de papel, nos hablaban de la belleza de lo f rágil que decide mostrarse a la luz. Los habitantes de Garrovillas, emitiendo una transparencia que volverá a brillar cuando, próximamente, visiten el Museo, nos enseñaron que la Colección Helga de Alvear puede ser, también, un reloj de tiempo, el de una hospitalidad que permita escuchar la lentitud de ritmos diferentes, iniciando la posibilidad de experimentar el arte desde una proximidad compartida.
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