Un año más el Museo Helga de Alvear de Cáceres continúa apoyando a Filare mediante la organización de actividades de accesibilidad. Así, esta institución realiza en esta edición de 2022 dos talleres de arte y accesibilidad.
La primera acción, Jardineros de Estrellas, se realizó durante la noche del 22 de julio en la Basílica de Santa Lucía del Trampal de Alcuéscar y la segunda tendrá lugar el 28 de octubre durante la clausura de Filare en el propio Museo.
JARDINEROS DE ESTRELLAS
por Miguel Fernández Campón | Mediación del Museo Helga de Alvear
Como un museo expandido que desborda sus instalaciones, el Museo Helga de Alvear muestra su estrecha implicación con el ámbito de la accesibilidad planteando una actividad en la Basílica de Santa Lucía del Trampal que traza un puente entre lo contemporáneo, lo rural y la ciudadanía. El Museo realizó, durante el atardecer y la noche del 22 de julio, el taller accesible Jardineros de estrellas, eligiendo uno de los sugerentes temas propuestos por la organización: ‘La noche y el firmamento incluyentes’. En ella nos propusimos desplegar modos de hacer que permiten visibilizar no solamente el patrimonio histórico de Santa Lucía, sino también la voz de las personas que participan en él. Santa Lucía sirvió como núcleo simbólico que articulaba diversos conceptos: por un lado, la relación de Santa Lucía con una discapacidad, la ceguera física, y con una percepción ampliada; por otro, las luciérnagas, animal mágico y
brillante, desde hace años en peligro de extinción. El nexo entre luz, naturaleza y cuidados sirvió para desarrollar una acción poética donde los límites fueron considerados como algo positivo, fomentando, desde el arte, el amor por las diferencias.
¿En qué consistió el taller Jardineros de estrellas? A su llegada, los participantes podían ver una pequeña
intervención que les introducía en el terreno de lo desconocido. Diferentes imágenes de ojos adheridos a cañas de bambú aparecían en uno de los frentes de la Basílica.
El viento hacía girar los ojos de papel, como si se tratase de un extraño organismo vivo, mostrando, en ocasiones, su reverso, de manera similar a la obra de Giuseppe Penone titulada Rovesciare i propri occhi (1970), fotografía que gira la mirada hacia la creatividad.
La zona se convertía en una invitación abierta a cambiar los modos de ver habituales para inaugurar nuevas posibilidades de percepción, de pensamiento y de vida. En el interior de la Basílica, reunidos en la nave central, comenzamos a crear lámparas tubulares a partir de fotografías de gran tamaño tomadas de los ojos de algunos usuarios del Centro de Atención a Personas con Discapacidad Física de Alcuéscar (CAMF). El mundo interior de la basílica comenzaba a iluminarse a partir de miradas concretas. Pero no fueron estas las únicas lámparas que creamos. Situando láminas de papel sobre las piedras de Santa Lucía, realizamos diferentes frottages.
Los lápices se movían como sismografías de la diferencia, revelando el acondicionamiento del ser humano ante límites que no pueden traspasarse. Fuimos cómplices de una escritura del tacto y del
silencio, tan necesaria cuando se requieren inteligencias y sensibilidades múltiples. Las huellas de las piedras iban apareciendo sobre el papel, indicando que las limitaciones nos ayudan a ser quienes somos. Curvando el papel creamos nuevas linternas que distribuimos como si se tratara de luciérnagas, protegidas ahora bajo un mundo de los cuidados donde la bioluminiscencia parte del reconocimiento de las reglas del juego. ‘Imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida’, escribía Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas. Imaginamos un lenguaje que aceptaba el límite, una escritura donde no se dejaba a nadie atrás, una forma de vida integradora.
La tercera acción tuvo lugar a los pies de la nave principal, donde comenzamos a inflar globos azules y a depositarlos en el interior de un círculo construido con una base de cartón.
Como si interpretáramos una obra de Jorge Pardo, generamos luces de diferentes tonalidades. A través
de esta escultura efímera, quisimos desplegar una comunidad de aire compartido que cobraba especial
significación tras la superación de la pandemia del Covid-19, dejando atrás las dificultades del confinamiento, del aislamiento y de la distancia social. Fuimos capaces, otra vez, de aproximarnos a los otros. Fuimos, de algún modo, aquellos que residen en el aire, instalándonos en una comunidad inclusiva de respiradores capaces de compartir lo esencial.
Para terminar, interactuamos con recipientes de cristal reutilizados que contenían miel artesanal producida en Extremadura, iluminándolos como linternas que dejaban ver la luz dorada de la miel. Vertimos la miel-luz sobre un prisma de madera situado en el centro del espacio, pronunciando palabras relacionadas como un deseo o un pensamiento. Del mismo modo que Joseph Beuys, durante la Documenta VI de 1977, realizó un circuito de miel que recorría el Fridericianum, dulcificando y volviendo
cálida la frialdad de la deshumanización, quisimos crear un espacio colectivo donde la miel, al derramarse lentamente sobre la madera, funcionara como un elemento curativo.
La conexión con la diosa hispana Ataecina, venerada en Lusitania y en el Trampal como divinidad de la naturaleza y de la curación, convertía de nuevo el lugar en una zona de cuidados. Mientras derramábamos la miel, creábamos un tiempo diferente, convirtiendo la productividad egoísta en
un reloj orgánico que permitía una condensación pausada, capaz de demorarse y de escuchar a los otros.
Como un tejido de amistades que brillan en el cielo nocturno, nos despedimos de Santa Lucía del Trampal, con el deseo de volver a encontrarnos.
GALERÍA DE IMÁGENES