El banquete, por María Alcaide
El banquete es un proyecto específico para Alcuéscar y se compone de una instalación textil y una performance colaborativa a la que están invitadxs a participar todxs lxs habitantes del pueblo.
Siguiendo los objetivos de la convocatoria, este proyecto se plantea crear lazos o fortalecerlos, tomando como punto de partida el patrimonio cultural e histórico del municipio, así como el papel de las personas que trabajan el medio rural y, en concreto, las mujeres.
La instalación se compone de varias capas de textil reciclado que funcionan como muros de una casa imaginaria. Esta casa presenta una planta flexible que se compone de habitaciones encadenadas, como las construcciones antiguas en las que sus habitantes compartían cama y comida, esas casas en las que no existían los pasillos ni la privacidad. Una casa que está dibujada como un huerto, como la tierra que se trabaja. En el centro de esa casa, tiene lugar la perfomance colaborativa que consiste en contar nuestras historias personales a través de la elaboración de esculturas con frutas y verduras al atardecer.
En esta casa se hace un banquete al que todo el mundo está invitadx.
Porque aquí todo el mundo come.
Porque aquí todo el mundo comparte.
Porque aquí todo el mundo tiene
derecho a querer contar su historia.
1 ¿Quién vive ahí? Acceso a la cultura y validación de un patrimonio Inmaterial propio.
Hoy más que nunca es importante valorar y preservar el patrimonio inmaterial de nuestros pueblos. Por esta razón, en los últimos años he estado desarrollando una serie de proyectos que investigan la complejidad del medio rural y la diversidad de personas que lo pueblan.
Entre esos proyectos se encuentran “Dark kitchen”, que nos habla de cómo las ciudades extraen el capital cultural y la fuerza de trabajo de los pueblos, o “Carne de mi carne”, una videoinstalación que cuestiona los privilegios de mi propio hermano como hombre joven en un entorno rural dedicado a la explotación del cerdo, el cual afronta los retos de la digitalización. Fue a partir de este último trabajo cuando empecé a preguntarme acerca de la relevancia de las mujeres en las estructuras de cuidado en el hogar, pero también en el cultivo de la tierra y en el mantenimiento de nuestro patrimonio inmaterial.
Ellas han sido un pilar fundamental en el desarrollo de las comunidades, pues se han encargado de mantener las estructuras sociales con su esfuerzo físico y emocional, nos han vestido y nos han cocinado, pero también han trabajado el campo en numerosas ocasiones.
A pesar de todas esas labores sólo a veces reconocidas, la FAO nos alerta de que las mujeres, todavía hoy, quedan al margen de la toma de decisiones.
Las mujeres constituyen, en su mayoría, la mano de obra esencial, pero menos del 20% son propietarias del terreno o tienen un poder real sobre el mismo. Nora Boauzzouni, en su libro “Faiminisme: quand le sexisme passe à table” (2017), aporta argumentos convincentes que sitúan a la mujer como fuerza productiva indispensable (43%) en la agricultura a nivel mundial, así como en la transformación industrial de alimentos y su distribución.
Sin embargo, esas mujeres no tienen acceso al poder sobre la tierra y con ello, quedan relegadas a posiciones secundarias, lo cual ocurre de manera similar con la mayoría de personas diversas que pueblan el entorno rural.
Si la tierra no nos pertenece… ¿a quién pertenece la Historia?
2 ¿Quién vivió ahí? Patrimonio histórico y justicia social.
Alcuéscar es un municipio con mucha Historia a sus espaldas, prueba de ello es Santa Lucía del Trampal, una joya visigoda. Pero también lo son sus calles, ya que “abundan edificios que debieron ser de alcurnia pues ostentan en sus fachadas escudos seguramente relacionados con la nobleza de sus antiguos habitantes.” Así lo narra Ángel Hidalgo Valle en el libro “Alcuéscar y su Historia”, que da a entender que aquellos terrenos fueron anteriormente ocupados por señores feudales y hombres de poder. Dice Hidalgo que a pesar de su interés, les ha sido imposible averiguar su historia o significado.
Han pasado siglos desde que se tallaran blasones y escudos en las puertas de esas casas. Sin embargo, el sector económico más desarrollado en Alcuéscar sigue siendo el de la agricultura y la ganadería. Además de destacar sus vinos, también cabe hacer mención especial a la producción de higos, situándose este municipio en el tercer productor de la región. Esto nos lleva a pensar que hay saberes y haceres que se han traspasado de generación en generación, transformando el paisaje. Formas de conocimiento aún más valiosas que las piedras de Santa Lucía, que han evolucionado hasta nuestros días y que casi nunca tienen un lugar en los libros de Historia.
Por esa razón, el desconocimiento del significado de esos escudos, que podría verse como un vacío histórico, se perfila aquí como una oportunidad de elaborar un nuevo relato: el de las mujeres y los hombres que han trabajado esos campos, los que no han tenido acceso a la educación, a la cultura, a los servicios públicos, los que no tienen escudos familiares o si los tuvieron ya se han olvidado, pero también lxs que han tenido que irse para acceder a unos servicios que sólo se encuentran en ese afuera.
Este proyecto intenta reformular los espacios en los que vivían aquellxs que compartían cama y comida, esas casas en las que no existían los pasillos ni la privacidad, esos terrenos que cambiaban su dibujo según lo que se sembrara, pero también esos lugares que tienen que ocupar los que se fueron del pueblo, siempre desde la flexibilidad y la adaptación.
El banquete pretende poner en valor el legado y el trabajo de una población rural diversa, promoviendo la accesibilidad en todas sus acepciones.
3 Traer el patrimonio a la tierra
Como si traspasáramos el umbral para llegar a un territorio indeterminado, que fluye entre lo público y lo doméstico, unas seis lonas se erigen como paredes, muros que se dejan levantar por el viento y que llegan desde la iglesia hasta el final de la calle. Esta casa de paredes flexibles se sitúa en la calle Peña, en Alcuéscar. Tiene una estructura alargada, en la que se pasa de una habitación a otra por medio de agujeros de distintos tamaños trazados en la tela. Las lonas están impresas con motivos frutales que hacen referencia a la agricultura de la zona: higos, uvas, tomates, bellotas o cereales son los protagonistas de estas piezas textiles. Las imágenes, fotocollages a partir de imágenes extraídas de internet, modifican la escala de los alimentos para hacerlos aún más protagonistas. Si los tomates son rojos, el rojo que vemos en la tela es el más vivo, más grande, más fresco.
La agricultura es el patrimonio que nos salvará en el futuro, de ahí la importancia de estos cultivos y quien los mantiene. Los tomates también son las manos de quien los planta, los riega, los cuida, los recoge y los transforma. Por esta razón, El banquete no sólo se propone desde una naturaleza plástica como instalación artística sino que además incluye una dimensión performática: El banquete es, sobre todo, un encuentro con las mujeres de Alcuéscar, un homenaje a su papel dentro de la comunidad, del pueblo, de la casa y de la huerta.
En mitad de esa casa de tela, una mesa recibe a las mujeres que salen de misa el jueves a las 20:30h. No hay ni platos ni cubiertos, pero está repleta de frutas, flores y verduras traídas de la huerta ecológica del pueblo. Hay velas incrustadas en la carne de los calabacines, sandías esculpidas, pepinos con forma de flor, berenjenas, zanahorias… El párroco no se sienta a la mesa, pero invita a las mujeres a que lo hagan. Ellas, entre la risa, el alboroto, la valentía y la vergüenza, se lanzan.
Se llenan todas las sillas y pronto empiezan a trabajar. La consigna es crear un escudo con lo que hay. Una heráldica propia que no está tallada en piedra sino que se come, una genealogía real y no real. Ellas, generalmente, están dispuestas y acostumbradas a hacer lo que sea que haya que hacer con lo que se encuentren. Se les pregunta por el acceso a la sanidad, a la educación, a la cultura. Ellas responden con historias de trabajo, de cuidados, de familia, de estar en el pueblo y de irse para volver. Al final, todas comen y beben juntas en medio de esa casa de tela, sobre un mantel manchado de todas las palabras que no se habían dicho hasta ahora. Aquí se hace un banquete al que todo el mundo está invitadx. Porque aquí todo el mundo come. Porque aquí todo el mundo comparte. Porque aquí todo el mundo tiene derecho a querer contar su historia.